QUIÉN SOY...


Y así empecé a darme cuenta que mi vida era mágica,  porque yo descubría la magia a cada paso… y lo más importante, veía la misma magia en la vida de todos, pero claro, no  todos la habían descubierto aún…

Los olores invadían cada centímetro de la casa y ella supo a sus cinco años que jamás olvidaría esa apacible sensación que la acunaba entre viejos temas de Frank Sinatra, soles suaves de invierno que invadían la cocina y conversaciones de adultos que tal vez un día entendería… y que seguro, ya no querría entender.
La cocina con suficiente ajo  y pimentón levantaba la temperatura del mediodía y hacía que los rojos de repasadores y  manteles  fueran más intensos. Y ahí, dorando cebollas y morrones, en un trozo de manteca, su abuela.
¿Qué más se podía pedir?

Tal vez sería por eso, que a los cuarenta años maravillosos de vida, ella sabía que no había mejor manera de crear magia de verdad, que cocinando con firmeza, personalidad y mucha audacia para enamorar a quién cayera desprevenido entre sus sartenes, cacerolas y copas de cristal.
Había un “modo” que le pertenecía, pero como buena maga, nadie lo percibía hasta que era demasiado tarde.  Después de haber tragado el segundo sorbo de aquel vigoroso licorcito de naranjas o pasados varios bocados de aquel lomo con  pimientas varias y “ese algo más” que nunca quería confesar; mientras desafiaba a todos para que lo descubrieran.  Nunca se supo si  los incautos jugaban adrede el juego de la adivinanza o si se dejaban engañar porque era inmensamente dulce el engaño.
Ni que hablar de los días en que horneaba pan, hasta los vecinos apuraban su paso en la vereda para alcanzarla y comentar: “¿hiciste pan, hoy?”. 
Ella sonreía como asintiendo, pero sin mencionar palabra porque eso, también, era parte de la magia.
Uno de sus viejos amores se lo había confesado sin empacho: “me enamoró tu pan de queso azul al orégano”… y ella aceptaba el piropo, no por el ego satisfecho en la preparación de la buena comida, sino por saberse capaz de crear en sus dos metros de cocina cosas capaces de hacer morir de amor al mismísimo hombre de las nieves.

No había mejor regalo para esa dama mágica que un pimentón de Turquía, o un trozo de chocolate puro de Colombia; y quién bien la quería y la conocía sólo llegaba a su corazón con un regalo como ese.  Porque ese era el punto, no era fácil llegar a su corazón… como ella llegaba al de cualquier mortal.
Siempre comentaba; “los mejores regalos que recibí en mi vida fueron varios: una paleta de madera para cortar la masa de pan leudada, 5 kilos de harina con afrecho recién molida y todavía tibia de un molino de San Juan, un pequeño frasquito de pimentón de Turquía, un trozo de chocolate puro que le trajo Juan de Colombia, un  libro de recetas de cocina con flores, un pequeño queso casero de la campiña francesa que llegó con una botella de “verde Chatreuse”… y ahí decidió parar de enumerar porque reconoció haber recibido mucho y que Dios había sido más que generoso con ella.  Y otra vez pensó:
¿Que más se podía pedir?

Entonces lo supo: era hora de enseñar a la gente a pedir. 
Había que ser preciso con los deseos y las intenciones.
Había que enseñar a amar, si era necesario…
…y era necesario.


Y si... esa soy yo...
Esperaban un curriculum??...
Bueno, podría decirles que soy una cuentera vieja... aunque no lo soy tanto... vieja, digo...
Pero cuentera, si.  
Amo las historias y juego con ellas, con sus personajes, hasta con los sueños de ellos...
los invito a pasear por otras tierras, a cambiarse los anteojos para ver las estrellas... 
o sacarselos para sentir al príncipe o la princesa que tienen al lado.
Amo, escuchar...
Amo, AMAR...

No queda mucho tiempo para pensarlo... juguemos juntos y hagámoslo realidad.
Esa niñita y niñito que aún nos habita, sueña con que lo dejemos salir a jugar... a SER.